domingo, 31 de agosto de 2014

La gesta más perdurable del Imperio Romano

Hacer los cuernos, sacar la lengua tienen más de dos mil años antigüedad. Un estudio de la Universidad de las Islas Baleares (UIB) y de Barcelona ha recogido 110 gestos de la época romana que perduran en nuestros días.


Uertere pollicem” resonó en el Coliseo. El emperador acababa de ordenar la muerte de uno de los gladiadores extendiendo el pulgar hacia abajo. No hace falta haber sido extra en Ben-hur para saber que aquello significaba la máxima pena. Pero, ¿sacarse la lengua significaba burla? ¿Hacer los cuernos resultaba grotesco? ¿Había algún gesto que escondiera intención seductora? Un estudio de la Universidad de las Islas Baleares (UIB) y de Barcelona ha recogido 110 gestos de la época romana que perduran en nuestros días. El equipo dirigido por las doctoras Maria Antonia Fornés, del departamento de Filología Española de la UIB, y Mercè Puig ha recurrido a fuentes escritas y artísticas. El resultado es una base de datos con todos los signos y 580 textos que los documentan.

Orejas
En España, Italia, Brasil, Uruguay y Argentina es común felicitar los aniversarios estirando de las orejas a los cumplen años. El origen de esta costumbre está en la época romana. Antiguamente se hacía un gesto muy parecido: se tocaba el lóbulo de la persona a la que habían de recordarle algo. Asimismo, también se tocaban su propio lóbulo cuando querían hacer memoria. Por ello, hoy se tira de la oreja cuando alguien cumple años: para recordarle el tiempo pasado.

Orejas de Burro
Se trataba de imitar con este ademán las orejas de un burro, animal que al que se le asociaba con la estupidez y la holgazanería. “Imitar con la manos unas orejas blancas”. Mostrar las palmas de las manos con el pulgar tocando las orejas y moviendo los dedos también significaba burla hace dos mil años


Silencio
“Pero él, llevándose el índice a los labios, atónito por el miedo, dijo: calla, calla”. Se trata de un texto de Apuleyo, concretamente de La metamorfosis (la única novela romana que ha sobrevivido entera), que ha dado cuenta de un gesto muy común entre nosotros, el de imponer silencio.

Aprobación
Uno de los emblemas más interesantes es el del gesto que hacían los romanos a la hora de afirmar o negar. Para comunicar aprobación se hacía lo mismo que ahora: mover la cabeza arriba y abajo. No obstante, la sorpresa ha llegado al investigar la negación. Aunque los romanos conocían el movimiento lateral de izquierda a derecha, no era éste el que utilizaban normalmente para decir no, sino que tiraban la cabeza hacia atrás. Lo más curioso es que este emblema existe todavía en la Italia meridional, al sur de Nápoles; como también perdura en Sicilia, Malta, Grecia y Turquía.

Números
Los romanos podían expresar con los dedos cualquier número entre el uno y un millón. El sistema consistía en representar las unidades con dieciocho gestos distintos realizados con los dedos de la mano izquierda (el corazón, el anular y el meñique expresaban las cifras del uno al nueve, y con el pulgar y el índice las decenas). Con la mano derecha se expresaban las centenas y millares mediante 18 gestos. La posición de las manos respecto al pecho, el ombligo o el fémur expresaban las decenas y centenas de mil. Para el millón se entrelazaban las manos.

Un ‘tanto’
Levantar el dedo corazón manteniendo la mano cerrada era un gesto obsceno que intentaba reproducir un pene erigiéndose desde el escroto. “¿También tú te burlas de mí, ladrón, y me muestras el dedo impúdico cuanto te amenazo?”, reza un poema romano.

Chasquear los dedos
En latín se llama crepitus digitorum, el gesto de chasquear los dedos servía para enviar una señal a alguien para que hiciera alguna cosa que ya se sabía. Tíbulo lo nombra en sus Elegías como la manera de ordenar a su mujer que le abra las puertas de casa.


Los cuernos
Existe un mosaico del siglo VI d. C. con un personaje que hace el gesto de los cuernos con una mano: levantar los dedos meñique e índice con el puño cerrado. Su significado variaba si se hacía hacía arriba o hacia abajo. De ésta última manera significaba, como hoy, alejar el mal. El primer gesto de los cuernos consistía en extender vertical u horizontalmente los dedos índice y meñique de la mano manteniendo doblados los demás dedos. En Roma se empleaba como un fascinum, un gesto ‘mágico’ de protección contra el mal de ojo, como también lo es cruzar los dedos índice y corazón. Eran símbolos de defensa ante el mal de ojo.



Levantar el dedo corazón
Levantar de forma obscena el dedo corazón manteniendo la mano cerrada y el revés hacia fuera es uno de los gestos de insulto más frecuentes en la actualidad. Con él se evocaba el miembro viril que se erigía desde el escroto, además de calificar como sodomita pasivo a aquel a quien se dirigía. Dos emperadores algo dementes como Calígula y Heliogábalo lo utilizaban con frecuencia. 

También hacían el gesto de los cuernos con los dedos y el de la higa.(
Dar o hacer una higa consiste en cerrar el puño asomando el dedo pulgar entre el dedo índice y el cordial). Se trata de una mueca obscena que parece representar el órgano sexual femenino y que tiene hoy día un carácter de insulto y de protección para ahuyentar a los malos espíritus. ojo. Pero entonces no tenían el significado que hoy le damos. 


Falo e higa: Amuleto del siglo I realizado en bronce y aparecido en Varea. Aúna el símbolo fálico y el de la higa: una mano con el dedo índice extendido para rechazar el mal de ojo o los celos.
 

‘Corta, corta’
El gesto en tono de burla para advertir a alguien que pare de hablar cuando su verborrea se hace insoportable permanece igual hoy. Consiste en mantener los dedos juntos y estirados horizontalmente y juntarlos y separarlos alternativa y rápidamente del pulgar.

El romano que lo hacía, imitaba con la mano la curvatura del cuello de la cigüeña y el movimiento que hacía al picotear. Según algunos historiadores, con este gesto se pretendía mofar de la charlatanería del adversario comparándole con la citada ave. Otros pensadores consideran que lo que buscaba el romano era imitar la acción de crotorear de la cigüeña (el golpeo frenético de su pico) con el contacto reiterado de su pulgar con el resto de los dedos de la mano para burlarse del rival. Al igual que hoy era un gesto de mofa para advertir a alguien que deje de hablar cuando su verborrea resulta insufrible.



Sentarse con las piernas cruzadas era considerado maléfico en la antigua Roma. También lo era sentarse con las manos entrelazadas y colocadas sobre una rodilla o con los dedos entrelazados. En concreto, estas posturas podían perjudicar algunos procesos como el parto (estaba prohibido sentarse así delante de una mujer embarazada) o la toma de decisiones en una reunión.

Tocarse la barba
Para los romanos, el que se palpa la barba habla calmosamente. La costumbre de afeitarse con un barbero no comienza hasta el siglo II a. C. La doctora Fornés afirma que “de hecho, los primeros barberos, procedentes de Sicilia, llegaron a Roma el año 300 a. C., aunque los romanos ya se afeitaban solos mucho antes”.


Cabeza alta
Los discursos del dictador italiano Benito Mussolini recogían gestos de la época romana. Se refiere a ello Petronio, cuando habla de un personaje que sabe que recibirá una herencia y estaba orgulloso de su recuperación moral y económica. De esta manera, levantando la barbilla, manifestaba su orgullo.

Tocarse la nariz
Este gesto no es hoy, como tampoco lo era en la antigua Roma, señal de buena educación. Los romanos consideraban que mantener la nariz limpia era símbolo de buena educación. Sonar a otra persona era un gesto con otro significado: tratarlo como a un niño.

Sacar la lengua
Los griegos ya conocían este gesto únicamente con el significado de “estar sediento de sangre”. Muy probablemente, los romanos lo tomaron de los galos como expresión de mofa ya que estos bárbaros solían burlarse de los soldados romanos, si bien lo encontramos también, en culturas mediterráneas más antiguas en algunos pasajes de la Biblia.

En Roma este gesto no se dio antes de la época imperial. Estaba prohibido sacar la lengua, incluso cuando se tosía, y pasarse la lengua por encima de los labios. Estos gestos podían dar a entender a otra persona que se estaba invitando a una relación más íntima. No obstante, sacar con fuerza la lengua se entendía como una burla. Las primeras manifestaciones que los investigadores han encontrado sobre ello se refieren a “irreductibles” galos que se burlaban de los romanos. Aún así, parece que el gesto ya se hacía en las culturas mediterráneas antiguas, como indica un pasaje de la Biblia (Isaías 57,4).


‘Exquisito’
Juntar los dedos índice y pulgar, y besarlos se realizaba como gesto a las estatuas de dioses o al entrar en lugares sagrados. Hoy se utiliza tanto para lanzar un beso a alguien como para expresar satisfacción ante una cosa que ha gustado mucho.

Besar en la boca
En la antigua Roma era común que el amante o un familiar del moribundo le besase en la boca para recibir el alma de la persona que dejaba este mundo. Esto se puede trasladar también hoy en día. La prensa coincidió en interpretar el beso de Madonna a Britney Spears como el traspaso de un cetro: el de reina del pop.






sábado, 2 de agosto de 2014

De Convento a Parador

El edificio fue creado con el objetivo fundamental de que los hermanos de la Orden atendiesen a los enfermos que previamente habían sido tratados en el Hospital de San Juan de Dios (actual Asamblea)
Felipe V y Fernando VI dieron licencia al Convento Hospital para que los Hermanos de Jesús pudieran recoger limosnas, con las que se sostenía esta institución.

Los Hermanos de Jesús Nazareno hacían votos simples y vestían traje de pana negro botas de piel y sombreo de fieltro.
Los votos son tres: pobreza, obediencia y castidad. Imitan, en el religioso, la vida de Jesucristo, según los consejos evangélicos.
Obligarse a cumplir los votos es profesar (profesión religiosa), y el que lo hace deja de ser novicio para ser profeso. Existen varios grados en esa profesión de votos: hay una profesión simple o temporal ("votos simples") y una profesión solemne o perpetua ("votos solemnes").
Durante las guerras con Portugal del segundo tercio del siglo XVIII, el convento fue utilizado como hospital de guerra, atendiendo los religiosos a soldados apestados que provocaron la muerte de varios hermanos.
En 1780, el Hermano Presidente y demás religiosos del Hospital pidieron que fuese declarado de “patronato real”, aceptando el Rey , Carlos III la petición, razón por la que se colocó junto a la portada las armas reales que pueden observar a la derecha de la portada. Ese patronazgo, no supuso para el convento-Hospital, aportación de ingresos por la Corona, pero sí la exención de determinados impuestos

Los religiosos abandonaron el Hospital durante la Guerra de Independencia. En octubre de 1814, permaneciendo abandonado y estando muy castigado por la guerra las religiosas del Convento Concepcionista intentaron que se le cediera, pero no lo consiguieron. Poco tiempo después, los Hermanos de Jesús volvieron al hospital y se dedicaron a su restauración. En una de las columnas del claustro se encuentra una inscripción que refiere la terminación de la obra de restauración en 1837.

En 1839 fue desamortizado, pasando a formar parte del patrimonio municipal que inicialmente (entre 1842 y 1851) lo destinó a manicomio (Casa de Dementes), hasta que éste, por necesitar mayor espacio, se trasladó al convento de los franciscanos descalzos, en la calle Almendralejo

En 1859 pasó a ser cárcel del partido de Mérida.

Desde 1929, a raíz de una visita de Alfonso XIII a la ciudad, se iniciaron las obras para habilitarlo como Hospedería.
Había sido Alfonso XIII quien eligió el primer emplazamiento en medio de un paraje de singular belleza de la Sierra de Gredos, entre Madrid y Ávila, una construcción a semejanza de los clásicos pabellones de caza. Dos años de obras fueron suficientes para poner en valor el edificio en el Alto del Risquillo que regala bellas panorámicas del Valle de Tormes, la Sierra de Piedrahita y Béjar, y el macizo de Gredos. Así en 1928 se inaugura el Parador de Turismo de Gredos, el primero de una red de alojamientos emblemáticos.

Los siguientes en abrir sus puertas fueron los de Oropesa, en Toledoen 1930; Ciudad Rodrigo, en Salamanca, en 1929; Úbeda en Jaén en 1930; y Mérida, en Badajoz, en 1933. La Guerra Civil supuso un fuerte retroceso pero terminada la contienda el proyecto fue retomado con fuerza para impulsar el turismo.


En Febrero de 1966, el Ministro de Información y Turismo Inauguró el Parador de Mérida
En el acto inaugural, el gobernador civil de Badajoz agradeció la preocupación que el Ministerio de Información y Turismo viene dedicando a la provincia, que sólo en lo que va de año ha conseguido más de ochenta millones de pesetas para su desarrollo turístico
Respondió el señor Fraga Iribarne con unas palabras, diciendo que poner de nuevo en funcionamiento un parador que, como éste de Mérida, cuanta ya con treinta años de magníficos servicios, significa para él, junto con la satisfacción que entraña la iniciación de una nueva etapa, la expresión material de ese ingente esfuerzo de modernización, mejora y puesta al día que preside las intenciones de la Administración Pública en su política de turismo.

Exaltó las tierras de Extremadura y anunció que el Estado con este parador, con el que ha inaugurado en Guadalupe, con el que próximamente será abierto en Jarandilla de la Vera, y con la construcción de uno nuevo en Zafra, quiere subsanar en lo posible la escasez de alojamientos que sufría esta zona


Fuentes:


Fundación del Hospital de Jesús de Nazareno en Mérida

 El día 19 de enero de 1752, ante el escribano de la villa, Juan Serrano y Roldán, otorgó testamento de última voluntad Cristóbal José Roldán Baena, clérigo capellán, hijo legítimo de Cristóbal Rafael Roldán Baena y de Juana de León. En él dispuso que «a mucho tiempo tengo gran deseo y voluntad para mayor servicio de Dios Nuestro Señor y beneficio particular de mis parientes y del común de esta villa, de fundar en ella un hospital donde se curen continuamente seis pobres enfermos». Para llevar a efecto la determinación legó una serie de fincas rústicas y urbanas sobre las que se levantaría el establecimiento y de cuyas rentas se mantendrían. Al mismo tiempo, dicta las cláusulas que sirven de base a la fundación. A la letra dicen así:
 «Iten es mi voluntad que el hospital se erija con el título de Nuestro Padre Jesús Nazareno y que en él se curen continuamente seis enfermos que no sean de enfermedad contagiosa, prefiriendo siempre aquellos que sean mis parientes y después los que fuesen de la voluntad del patrono, el cual y con consentimiento y asistencia del Administrador nombren y reúnan los enfermos a efecto de su curación, pero mi fin es que sólo se curen los que fuesen naturales o vecinos de esta villa sobre lo que encargo las conciencias a los Patrono y Administrador.
 «Y desde luego nombro por Administrador del hospital y sus bienes a don Antonio de Vida y Baena, presbítero, mi sobrino, siendo de consentimiento del Iltmo. Sr. Obispo de Córdoba y para después de la vida de don Antonio nombro por tal Administrador al Señor Vicario que es o fuese de las iglesias de esta villa y en cuanto al salario del Administrador lo dejo a elección y voluntad del Iltmo. Sr.
«Nombro por Patronos del hospital a los poseedores del vínculo que llevo fundado por este mi testamento para que cada uno en su tiempo y con consentimiento y asistencia de su Administrador, nombren y reciban los enfermos que han de entrar en su curación encargándoles nuevamente que siempre han de ser preferidos los que fueren de mi línea y sean naturales o vecinos de esta villa según y en la forma que llevo prevenido.
 «Iten es mi voluntad que si las rentas de los bienes raíces que llevo señalados y después aumentaré por dote del hospital no alcanzaren a poder mantener algún tiempo los seis enfermos que, en este caso, se mantengan los que respectivamente pudieren sufragar sus rentas.  
«Mando y suplico al Iltmo. Sr. Obispo de Córdoba se sirva mandar levantar, erigir y fundar el hospital bajo las reglas, circunstancias, condiciones y nombramientos que llevo hechos y en caso de que su Iltma no lo tenga por conveniente desde luego por falta de congrua quiero que en este caso se mantengan los bienes de su dote en administración hasta que con sus rentas se compren más posesiones que equivalgan á lo suficiente para ello mediante a que es mi voluntad se efectúe y sea perpetua la fundación».
Esta fue la voluntad del fundador, Cristóbal José Roldán Baena, según copia testimoniada del testamento expedida el 20 de diciembre de 1771 y de otro instrumento notarial más que obran en el fondo documental de la fundación y que permiten conocer con precisión los deseos del testador para después de su muerte. Esta tardó algunos días en acontecer. Estimando insuficiente el legado de bienes fundacional, otorgó un codicilo dos días después del testamento acreciéndolo pero sin ninguna norma estatutaria más.
Junto a lo dicho, cabe señalar que también eran condiciones de fundación que la fábrica del hospital contara con «enfermería alta y baja y oratorio y oficinas correspondientes». Igualmente y por voluntad de la hermana del fundador, María Josefa
Roldán Baena, su heredera y cofundadora de la institución, se dispuso en su testamento que cuando estuviera finalizado el hospital, las camas deberían estar acondicionadas con «dos colchones, cuatro sábanas y un paño para cada una».
En líneas generales, las cláusulas fundacionales responden al criterio propio de la época. Fundaciones comarcanas como las de igual nombre y finalidad en Baena y Castro del Río se expresan en similares términos, particularmente en la preferencia de los naturales o vecinos de la localidad.
EL HERMANO ANTONIO DE JESUS Y LA APERTURA DEL HOSPITAL DE JESUS NAZARENO DE LUQUE
El Hermano Antonio de Jesús fue una figura clave en la vida del Hospital. No se sabe el estado real de la fábrica cuando fue comisionado para hacerse cargo de ella, pero todo hace suponer y principalmente la tardanza en la apertura que estaba en mantillas.
Su labor no se limitó a la fábrica y puesta en funcionamiento, sino que tuvo la perspectiva suficiente para dotarlo de la infraestructura necesaria para afrontar las más diversas vicisitudes y la institución fuera consistente. Su presencia es arroyadora. Desde su llegada absorbe por sí solo todo el protagonismo de la obra. El Patrono queda relegado a un muy segundo plano y de influencia difusa o inapreciable en la marcha de la fundación. Algo parecido ocurre con el Administrador que solamente es perceptible en tareas de supervisión. Hasta tal punto es así que ni en documentos importantes del Hospital, ni en las escrituras de compra de numerosas parcelas que se hacen con fondos del establecimiento aparecen las firmas de los responsables estatutarios. La representación la ostenta el hermano Presidente, Antonio de Jesús o su sucesor.
El Hermano Antonio de Jesús pertenecía a la congregación de Jesús Nazareno, fundada por el venerable Cristóbal de Santa Catalina cuya obra tuvo una fecundidad incuestionable. Lo prueba sobradamente las casas que prontamente se establecieron:
Pozoblanco, en 1688; Hinojosa del Duque, en 1693; Montoro, en 1698; Baena, en 1711; Ecija, en 1712; La Rambla, en 1720; Mérida, en 1724; Málaga, en 1740; Castro del Río, en 1741; Andújar y Ciudad Real no se conoce la fecha; Luque, en 1772; Madrid, en 1802; Villanueva de Córdoba, en 1819. No cabe duda, pues, de que la labor del padre Cristóbal prendió vigorosamente en el ambiente y conciencias del momento. El éxito de semejante empresa que echa sobre sus hombros lo más doliente y menesteroso de la sociedad está de antemano asegurado. Lo ciertamente difícil es encontrar el material humano capaz de afrontarla. El tenía esa calidad y tuvo la fortuna de encontrar seguidores que no desmerecieron. Entre los que por ese concepto ocupan lugar preeminente hay que contar al Hermano Antonio de Jesús. No otra cosa puede decirse de quien asume ejemplarmente el cumplimiento de las duras reglas y constituciones de la congregación y acomete audaces empresas por el bien de los demás. No hay otra forma de entender el lema que el padre Cristóbal grabó en la puerta de la casa fundacional: Mi providencia y tu fé tendrán esta Casa en pié., Por otra parte no sería desacertado pensar que el deseo del fundador del Hospital de Luque de ponerlo bajo la advocación de Jesús Nazareno estuviera influenciado por el conocimiento de las realizaciones que la congregación venía llevando a cabo en establecimientos como el que quería y que ya estaban en actividad en los pueblos vecinos de Baena y Castro del Río.
Tan pronto llega a Luque el Hermano Antonio de Jesús y se hace cargo de la situación, concluye en que los bienes de que dispone son insuficientes para la obra que se pretende y su mantenimiento. Pero, al mismo tiempo, encuentra una solución inmejorable: construir un molino harinero en un pedazo de tierra que el fundador había legado junto al río Marbella. Las maquilas producirían abundantes caudales que permitirían hacer la fábrica y aún sobrarían para otras inversiones. La cosa no era fácil de conseguir, como se verá más adelante, pero el afán y actividad por él derrochados junto con el respaldo de representar a la Iglesia, cuyo poder por estas fechas resulta innecesario explicar, dieron como resultado que en plazo breve el molino de «pan moler» estuviera listo y produciendo «mucho caudal».
El 24 de diciembre de 1771, se concede por el Provisor del Obispado de Córdoba, don Francisco Vigil, licencia al Hermano Antonio de Jesús para que por tres meses pueda pasar a la Corte de Madrid a solicitar del Real Supremo Consejo de Castilla la correspondiente autorización para abrir el Hospital cuya construcción ha estado a su cargo y se halla terminada. Como resultado de sus gestiones, el alto Tribunal, en escrito de fecha 7 de abril de 1772, autoriza la apertura del Hospital. Entre otras cosas dice el documento: Que se ha comprobado por el informe de los peritos nombrados, que la congrua de que dispone el establecimiento es suficiente, existiendo un arca de tres llaves, una que tiene el Vicario, otra el Patrono y la otra el Presidente, Hermano Antonio de Jesús, con la cantidad de 52.285 reales y unas rentas anuales calculadas en 13.155 reales. Que sería atendido por los hermanos de la Congregación de Jesús Nazareno y la administración llevada en la forma antedicha.
Con fecha 24 de julio del mismo año se levanta acta para dar cumplimiento a lo anterior y cinco días después se le comunica por escrito al Concejo y Regimiento de la villa, así como al Vicario y Cura de las Iglesias, José Silvestre Baena de Vida y a la Patrona María Teresa de Vida Roldán, viuda, la resolución de la apertura.
Faltaba la autorización del Obispado, la cual lleva fecha de 19 de septiembre de 1772. Es un escrito profuso en el que se recoge todo el proceso habido para abrirlo. En él se dice que habían de ponerse las seis camas, compuestas de dos colchones, cuatro sábanas, cuatro almohadas y un paño de cama para cada una. El número de HH. había de ser seis, sin que pudiera aumentarse sin el permiso del Obispo o sus sucesores. Se concede la licencia para abrir el Hospital y admitir enfermos pobres, no comprendiendo en ellos «mujer alguna hasta que estén en el establecimiento las asistentas correspondientes».
Reunida toda la documentación necesaria, con fecha 30 de septiembre del mismo 1772 se recibe en el Ayuntamiento comunicación del Presidente del Hospital, Hermano Antonio de Jesús, pidiendo se fijen edictos en sitios públicos participando al vecindario la apertura de la casa y la admisión de enfermos. Se da cumplimiento oportuno a la solicitud y se coloca uno en la Plaza Pública y otro en la Puerta de Cabra. El 4 de octubre de 1772 tuvo lugar la inauguración, veinte años después de que lo fundara por testamento don Cristóbal José Roldán Baena.
Asimismo, se encarga que por el Vicario de la villa se expida certificación por la que se diga que hay en la casa cuarto capaz y decente que sirva de oratorio con ornamentos para el servicio del Santo Oficio de la Misa. Concluye, dando la bendición y autorización, reservándose el Obispo la facultad de dar las particulares reglas para el gobierno de la institución, alterarlas y darlas de nuevo como le parezca y los tiempos pidan y de tomar la cuenta y razón del gobierno de los caudales siempre y de cuando sea su voluntad. Firma la licencia, Francisco Javier Fernández de Córdoba, Gobernador Provisor, Vicario General de ella y su Obispado, por el Iltmo. Sr. Obispo, don Juan Francisco Garrido de la Vega.
Al parecer no todo el vecindario estaba de acuerdo con la obra y el proceder del Hermano Antonio de Jesús, cosa normal, por otra parte. Prueba de ello, es el escrito que apenas pasado un mes del inicio de las actividades dirige al Ayuntamiento el Hermano solicitando que se haga una información amplia sobre «la buena armonía que ha tenido la apertura y constitución del Hospital» y para salir al paso de dichos calumniosos por parte de algunos vecinos. En su virtud, comparecen en el expediente numerosos vecinos y testigos de la obra. Todos coinciden en decir que durante más de diez años que ha llevado al Hermano Antonio de Jesús la realización de la fábrica su labor ha sido encomiable en todos los aspectos y sin que en ocasión alguna hubiera habido exceso o interés personal tanto por su parte como por el resto de la comunidad que le acompaña. Y es que, dejando a un lado lo que de criticable tiene toda empresa humana, la ligereza y animosidad en las críticas locales son típicas por la mordacidad.
Por otra parte y habida cuenta de las personalidades que comparecen en el expediente, es muy probable que fueran ellos mismos los portavoces de la calumnia y que a la hora de la verdad hacen gala de un descarado cinismo. Se sustenta ello en que como se verá más adelante las relaciones entre el Hermano Antonio de Jesús y el Cabildo con los prebostes locales y adictos al Conde de Luque no eran armoniosas sino de conflicto concretamente por la fábrica del molino que afectaba directamente a los privilegios señoriales. Por ello es elogiable la actitud del Hermano Antonio de Jesús por valiente y clarificadora.
El Hermano Antonio de Jesús hubo de ser un hombre poco común. Aun cuando no se dispone de más datos biográficos que sus obras en el Hospital, son suficientes para mostrarlo como una persona entregada a la idea de la fraternidad a cuyo servicio pone una actividad, energía e inteligencia formidables. Y todo ello bajo la óptica de trascendencia espiritual a la que estaba vinculado. El mejor testimonio de su personalidad se encuentra en la inscripción de su fallecimiento: «El hermano Antonio de Jesús de nación portuguesa y no se ha podido saver su pueblo fue mui benerable y digno de memoria pues a costa de sus muchos afanes e ynteligenzia tiene este Pueblo el hospital de Jesús Nazareno para curar seis pobres en el fue Presidente desde su fundazion y al mismo tiempo lo era de otro igual en la villa de Castro fue sepultado en la primera boveda por él edificado en su hospital el día 29 de diciembre de 1779. No testo porque dijo ser pobre ni hubo parte que por el lo hiciese en lo respectivo a misas».
En la referencia marginal del libro también figura como pobre.
Para ser completo y mejor servir a su vocación, no solamente se preocupó del Hospital y dotarlo de suficientes medios económicos con la fábrica de la aceña y la compra de parcelas que acrecieron el patrimonio, sino que también fue gestión suya el permiso para la instalación del Santísimo Sacramento en la capilla. Decía en la solicitud, de fecha 12 de agosto de 1776, que al tiempo de la apertura estaba la iglesia sin la prevención que se necesitaba, pero que hallándose ya con los adornos necesarios, un decente retablo y un buen sagrario procedía la petición. El 23 de febrero de 1788, es visitada por Raimundo García de Olmo, canónigo de Córdoba, quien, «previa la inspección y encontrándola completa de todo, con el mayor aseo y primor», otorga aquel mismo día licencia para la colocación del Santísimo y administrar la comunión y viático a los enfermos del establecimiento. Desgraciadamente la muerte le impidió conocer el acontecimiento.
Como se ha dicho, falleció en los últimos días de 1779. Fue enterrado en la capilla del Hospital y una lápida testimoniaba el hecho irresponsablemente destruida con motivo de desgraciadas y recientes obras. Los gastos del entierro ascendieron a 555 reales distribuidos así: A la parroquia, por acompañamiento, recomendación y entierro, 283.
Por 14 libras de cera, recomendación y acompañamiento de los religiosos del Convento de San Agustín, 168. A Vicente Güeto, maestro carpintero por media caja que hizo, 20.
Por 20 misas de presente, asistencia a misa cantada, vigilia y responso de los religiosos del Convento de San Agustín, 84.
Su muerte tuvo una nota macabra. Noticioso el Obispo de que se hallaba gravemente enfermo y deseando al mismo tiempo evitar de antemano cualquier extravío que puedan padecer las rentas, caudales, efectos y papeles correspondientes al hospital, tengo por necesario y conveniente que en visita de ésta se pase a la villa de Luque y se haga cargo de cualesquiera bienes, frutos, maravedís y papeles que al
Hospital correspondan y estén fuera de su depósito o archivo en el que tomando razón debida los deberá depositar y asegurar recogiendo y guardando en su poder hasta nueva orden mía una de las llaves del referido depósito o archivo, pues conviene así en beneficio de una causa piadosa. El texto corresponde al escrito que dirige el Obispado a don Agustín de Sandoval, Vicario de Baena, fechado en Córdoba el 25 de diciembre de 1779, cuatro días antes del fallecimiento.
Al día siguiente estaba en Luque el Vicario para cumplimentar la orden con el mayor escrúpulo y rigor. El acta de la intervención dice: Recogiendo las llaves de los graneros, oficinas y papeles que se encerraron en un cofre quedando fuera sólo lo necesario para los enfermos, hermanos y simientes para continuar la sembradura y preguntando por las llaves del depositario del Hospital, fue respondido por el interesado, Juan Silvestre Baena, que la había entregado al Patrono, Alfonso de Vida, que tenía la otra y la tercera la había conservado el Hermano Antonio de Jesús, por cuyo motivo le fue pedida al Hermano Juan de Nuestra Señora y respondió que no la tenía ni la había visto y aunque se entró en el cuarto del moribundo y en otros sitios no fue hallada.
Resulta excesiva la prisa y diligencia por poner a buen recaudo los caudales que se habían logrado gracias al trabajo y abnegación del que se encontraba en el umbral de la muerte. Un poco de consideración y respeto para quien todo lo hizo y lo dio no hubiera sido pedir demasiado.

Fuente: HISTORIA DEL HOSPITAL DE NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO DE LUQUE. Vicente Estrada Carrillo

http://www.enluque.es/pdf/hospital/hospital_jesus_nazareno.pdf


Los conventos de Mérida en la historia moderna.

Finales del siglo XVI representa para Mérida la etapa de consolidación de la ciudad moderna y el comienzo del establecimiento de las órdenes religiosas mendicantes; la dinámica y ubicación religiosa de la ciudad fue determinada porque además del conventual de la orden Militar de Santiago, en la antigua Alcazaba árabe, tenía dos parroquias, un hospital, ocho ermitas y algunos conventos.
De mojas: el de las Freylas de Santa Olalla o Comendadoras de la Orden de Santiago (de la regla de San Agustín)  que se hizo adosado a la iglesia parroquial del mismo nombre, advocación de la Mártir Santa Eulalia y el Convento de monjas de la advocación y orden de la Limpia Concepción de Nuestra Señora (regla de San Francisco).
De frailes: San Francisco de los Observantes,  el convento de la Antigua (de la Orden Tercera o los padres descalzos franciscanos) y el de San Andrés de la Orden de Predicadores de Santo Domingo. El hospital era el de Santa Máia o de Nuestra Señora de la Piedad de fundación medieval que irá ampliando a lo largo del siglo XVI, para ser sustituido por uno nuevo a mediados del mismo siglo, según noticias de las Visitas de la Orden de Santiago, denominado después hospital San Juan de Dios.
En el siglo XVII, época  de mayor auge en la actividad de comunidades religiosas, además del Conventual, llegará a tener cuatro conventos de frailes: los citados de San Andrés, San Francisco de la Observacia, los padres descalzos franciscanos, más el hospital de la Piedad que comienza a ser atendido por  la orden hospitalaria de San Juan de Dios (1643), y empiezan las gestiones para fundarse el de Jesús de Nazareno, hospital de convalecientes, que no se levantará hasta el siglo XVIII; existen cuatro conventos de monjas  Santa Olalla, las de la Concepción, se añaden las del monasterio de Santa María de Jesús, que es fundado por las monjas franciscanas de la Orden de Santa Clara (las obras comienzan en 1622 y se terminan en 1639) y las de Montepiedad (regla de San Francisco).
Además hay algunos intentos fallidos de establecimiento de los agustinos descalzos para fundar casa en Mérida y otro de Agonizantes, así como los padres de la Compañía de Jesús para fundar un hospicio, petición hecha en 1663, y de monjas reparadoras de la orden de San Agustín.
En el siglo XVIII (1798), el geógrafo Tomás López señala que Mérida, con 1070 vecinos, tiene cinco conventos de frailes, el de San Andrés, San Francisco de la Observancia, los padres descalzos franciscasnos, el de San Juan de Dios, hospitalarios, el de Jesús Nazareno, hospital de convalecientes, y cuatro de monjas: Las Señoras Comendadoras del Orden de Santiago, cuya venera usan y han de ser precisamente nobles, las de Santa Clara, las de la Purísima Concepción, las de Montepiedad.
Pero ya en el siglo XIX, se produce la decadencia y desamortización, y Pascual Mador en 1850, indica: “Hay en Mérida, tres conventos de frailes, descalzos, franciscanos y dominicos, cerrados y totalmente ruinosos. Dos de monjas, ocupados por las religiosas de la Piedad y de la Concepción”

Plano de Francisco Coello.  “Atlas de España y sus posesiones en ultramar”












Fuente: Los conventos de Mérida en la historia moderna. Fundacionnes, supervivencia, tranformación ruina o reutilización. María del Mar Lozano Bartolozzi. Norba ArteXVII (1947)